Vivimos en un mundo de gente sin rostro, que vagan en la inmensa eternidad sucumbidos por la oscuridad que los rodea, donde sus almas van perdiendo poco a poco su débil resplandor.
Errantes van, sin esperanza alguna. Buscan respuestas que nadie sabe, señales que no pueden ser vistas y corregir un mundo incorregible. Pero más que nada buscan la felicidad, que no puede ser dada por andarla buscando.
Sentados, solos; tristes, sollozando. Nadie reconoce sus logros, nadie les da una palabra de aliento. Lloran, lloran para que alguien los vea y no ser solo sombras en el camino; imagenes que la gente evita, pasando por un lado sin siquiera mirarlos.
Lloran, lloran para que alguien los oiga, y que sus gritos desesperados no sean más que susurros inaudibles y atormentantes.
Lloran, lloran y su llanto no cesa, hasta que logren el descanso eterno.