jueves, 5 de abril de 2018

31.03.18

—Cantame una canción para dormir. — Le escribí, buscando distraerla de lo que sea que la tuviese con el ánimo decaido.
—¿La que sea?
—La que tengas ganas de cantarme.

El característico sonido de llamada del celular no tardó en aparecer. Leí su nombre en la pantalla, y me dió ese vuelco al corazón que solo ella sabe causarme.

— ¿Me vas a cantar en vivo? — Le pregunté, con una sonrisa, mientras apagaba la luz de mi cuarto y me acostaba, listo para dormir.
— Voy a intentar. Hace mucho que no practico. — Confesó, y de fondo se escuchó como si estuviese probando las cuerdas de su ukelele.

Apoyando mi cabeza en la almohada, dejé que su música, aún torpe e inexperta, se colara a traves del audífono del celular directo a mis oidos, y con ello una enorme sonrisa surcó mi rostro.

Al menos hasta que fue su voz la que comenzó a escucharse.

No era la primera vez que la escuchaba cantar. Miles de veces me había enviado audios con canciones, o había revisado esa aplicación que tanto utiliza para subir sus propios covers. 

Ni siquiera era una canción que fuese significativa para nosotros, que las hay y bastantes.

No había realmente una explicación lógica, y sin embargo, no pude frenar ese impulso de llorar. En un principio, solo fueron unas cuantas lágrimas, y el silencio de mi parte mientras ella cantaba fue suficiente para que no lo notara.

Sin embargo, en cuanto se detuvo pidiendo disculpas porque no sabía los acordes correctamente, me sentí en la necesidad de expresarlo.

— Igual ya estoy llorando. — Confesé, como si estúpidamente prefiriese decirselo por mi cuenta antes de que lo descubriera ella.
— ¿Qué? — Preguntó, en una risa nerviosa. — ¿Por qué?
— No sé. — Le respondí, y en verdad no lo sabía en ese momento.

Solo empecé a comprenderlo cuando continuó tocando, como si no supiera qué más hacer ante mi confesión.

Su voz, que para cualquiera no sería prodigiosa ni lo suficientemente afinada, sonaba demasiado perfecta para mí, con una dulzura y ligero nerviosismo marcado en el tono.

Cerré los ojos, y logré sentirla más cerca que nunca, dejando que su música me acariciara el alma. Adentro mio estaba librándose una revolución de sentimientos que encendían ese cálido fuego que grita su nombre a cada segundo.

Y en parte, no podía dejar de sentirme un idiota. Conforme más canciones llegaban, más imparables eran mis lágrimas, escuchándose incluso a través de mi sollozante respiración que, ahora, ella era capaz de escuchar.

—Sos tan lindo. — Murmuró, al notarme claramente afectado por todo, haciendo que me sintiera realmente avergonzado.
— No, soy un marica. 
— También. — Retrucó, y ambos nos reímos por unos instantes.

Los minutos pasaron, y solo deseaba que ese momento fuera eterno mientras ella me preguntaba una y otra vez si ya estaba mejor, solo para volver a tocar una vez más, despertando mi torbellino emocional nuevamente.

— Perdón, no lo puedo evitar. — Dije, excusándome.
— ¿Por qué? — Preguntó, una vez más.
— No se...Por muchas cosas.
— Decime, dale. — Insistió.

Pero el pecho se me cerraba ante la simple idea de expresar todo lo que pasaba por mi cabeza.

¿Cómo poner en palabras todos esos sentimientos?

La mujer que amo, que se encuentra a miles de kilómetros de distancia, cantándome solo a mi a través del teléfono.

El ser humano más hermoso que conocí en mi vida, a quien el universo elegía castigar injustamente una y otra vez, sumergiéndola en una constante tristeza por la cual temía perderla, estaba pasando toda una noche haciendo música conmigo. Música que muchas veces era su refugio ante todo ese estrés que la atosigaba.

Y la persona más importante en mi vida, permitiéndome grabar en la memoria el momento más feliz que tuve la oportunidad de vivir a su lado, al menos hasta ahora.

Con mucha dificultad, intenté articular palabras.

—Simplemente... — Comencé a decir, con pausas de por medio. — Este momento me hace atesorar profundamente que estés acá conmigo. — Solté, sin saber si esas palabras lograban resumir correctamente lo que trataba de expresar.

No recuerdo exactamente su respuesta, pero sí el suave suspiro que se escapó de sus labios, que juraría estaban curvados en una sonrisa.

Y de esa forma, justo cuando creía que ya no podía enamorarme más de ella... decidió cantarme una noche.